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MI CUERPO

SUS FUNCIONES
TENGO HELADOS LOS PIES...
No me gusta el invierno porque mis pies no se calientan desde diciembre, apenas en marzo los vuelvo a sentir. Se ponen tan fríos, que duelen por las mañanas: no hay ganas de patear una pelota. ¿Por qué ni con calcetines y zapatos se pueden calentar?

.....Mis manos son dos témpanos dormidos. Torpes para escribir, borrar o pasar las páginas del cuaderno. Ni los guantes me pueden ayudar. ¿Azules de frío? ¿Amoratadas?

.....Mis orejas también tienen poca suerte, pero al menos con una gorra las puedo cubrir. Es una gran fortuna que no las tenga que mover, si no... seguro me dolerían.

.....Compañera de desgracia es la nariz, un carámbano de hielo. Tampoco la uso para otra cosa que no sea respirar, pero a esta no la puedo tapar. A lo mejor una bufanda, pero hace falta respirar. Nadie quiere besos, para que no lo toque con la punta helada.


..¿Por qué parecen carnes frías salidas del refrigerador? ¿Por qué si mi cuerpo está caliente, mi nariz, mis orejas, mis manos y mis pies no?

....Hay una explicación muy sencilla y tiene que ver con la adaptación. Nosotros los humanos, aunque somos personas, también somos animales de sangre caliente. Bueno, eso de la sangre caliente es un decir: en realidad lo correcto es decir que somos homeotermos, palabra desconocida que sólo quiere decir que nuestro cuerpo trabaja a una temperatura constante. 37.0 grados Celsius es lo normal.

....No podemos tener 100 grados como los que hacen al agua hervir, ni 0 que la congelarían. Tampoco 17, 31 u 86. Siempre una temperatura cercana a los 37.

Si hace calor... no importa, debemos conservar nuestra temperatura normal.Si el frío es intenso, tampoco cuenta: igual a 37 debemos trabajar.

....¿Y los pies? ¿Dónde quedaron? Esos qué tienen que ver con que seamos de sangre caliente; o, como ustedes dicen: homeotermos. 


  .Ah, pues ahí sigue la explicación. ¿Recuerdas el sistema circulatorio?

....Observa que entre más lejanas están algunas partes del corazón, más delgadas son las venas y las arterias. Eso es lo que llaman vasos capilares .

....Pues bien: si te fijas, los órganos más importantes, las grandes estrellas de nuestro cuerpo están muy cerca del corazón. Para ellos es toda la atención. Uno puede vivir sin las orejas, pero no si falta el hígado, los intestinos o el cerebro.


Esos órganos son los consentidos y el cuerpo procura mantenerlos con calor.

....¡Otra vez cambiando de tema!

....No, es lo mismo y se junta con lo anterior. Imagina lo que sucedería con la sangre caliente que bombea el corazón, si por tratar de calentar las manos, los pies, un par de orejas o la pequeña nariz, llegara como siempre hasta el último rincón.

....Claro, se enfriaría rápidamente y las partes vitales perderían calor.

....¿Entonces se trata de ahorrar calor? ¿Guardarlo para esas tripas y riñones a los que les gusta la buena vida?

....Sí, de algo así se trata. Ahorrar calor, no desperdiciarlo en pequeñeces.

....¿Y cómo lo guarda?

....Ah, con algo que se llama: vasoconstricción . Palabreja muy de médicos que no significa otra cosa que la contracción de los pequeños vasos, esos que estaban en lo más lejano del cuerpo.

 ....¿Y para qué se aprietan como si estuvieran muertas de frío? Para tener la mayor parte de la sangre caliente a la disposición de órganos vitales. Muy poca para lo que alejado está, por eso también se ponen moradas las manos, hay menos circulación. Eso me suena a malas noticias, nunca en invierno se calentarán. Quizá no, pero mucho se puede ayudar. Si te abrigas lo suficiente y además cubres tu cuerpo con una bufanda, una gorra y unos guantes, puede ser que ese organismo no necesite tanto calor ahorrar: un poco más de sangre tibia a los pies y manos podría llegar. Tú eres el que le dice: "me estoy enfriando y debo mi sangre concentrar" o "estoy tan bien protegido que la vasoconstricción puede esperar."  


NO TE SONROJES


 ¿Qué es lo que nos hace ruborizarnos? ¿Qué es lo que produce ese calor en el rostro? ¿La modestia, el sentimiento de culpa, o nos ponemos colorados porque nos molesta sentirnos observados por los demás?

    .....No te sonrojes y contesta las preguntas que aparecen más abajo haciendo clic en la respuesta que consideras correcta, luego comprueba tus resultados.


Preguntas:

Nos sonrojamos sólo cuando estamos con otras personas.
Falso: Nos sonrojamos incluso cuando estamos a solas. El llamado "rumor solitarios se produce cuando recordamos algo que nos hizo sonrojarnos o con lo que probablemente nos hubieramos sonrojado.

Los niños muy pequeños no se sonrojan.
Cierto: Un niñe pequeño no se ruboriza hasta que ha aprendido a avergonzarse de ciertos sentimientos, que trata de negar u ocultar para no ser censurado. El rubor aparece generalmente cuando tenemos edad suficiente para reir de los chistes.

Las mujeres se ruborizan más que los hombres.
Falso: Los hombres y las mujeres se ruborizan con igual facilidad.

El rubor es una característica exclusiva de las personas de piel clara.
Falso: El sonrojo es común en todas las razas y grupos humanos.
  
A medida que envejecemos nos ruborizamos con menos frecuencia.
Cierto: El rubor aparece más frecuente entre la adolescencia y los treinta años de edad. Luego tiende a disminuir.

En la actualidad las mujeres no se sonrojan tanto como solían hacerlo nuestras abuelas.
Cierto: En el paso era bien visto que una mujer se sonrojara frecuentemente para demostrar su inocencia. Incluso se utilizaba el betabel o los pellizcos para que los cachetes estuvieran colorados, demostrando buena salud al mismo tiempo que decencia.

Solo nos ruborizamos por nuestras propias acciones.
Falso: El miembro de un grupo puede avergonzaese de la acción de un compañero y ruborizarse.

El rubor puede ser contagioso.
Cierto: Por ejemplo, si Pepe ve que Miguel se ruboriza puede imaginarse que es por algo que a él mismo le causaría rubor. En ese momento, Pepe se identifica con su amigo Miguel y se sonroja a su vez.

Cuando nos sonrojamos el color nos sube únicamente a la cara.
Falso: El rubor puede producirse en la cara, orejas, cuello y parte superior del pecho. Entre las tribus que comúnmente andan desnudas, el sonrojo se observa también en el abdomen y en los brazos.

El rubor puede controlarse mediante un esfuerzo de voluntad.
Falso: Cuando sentimos vergüenza, timidez, etc, no podemos evitar ponernos colorados, por más fuerza de voluntad que tengamos.

¿Qué le pasa a tu cuerpo?
El rubor es ocasionado por la vasocompresión -encogimiento- de los capilares sanguíneos, es decir, unas arterias muy pequeñas, que distribuyen la sangre, especialmente en las mejillas y las orejas. Como hay menos conductos para que circule la sangre, aumenta la presión sanguínea y la sangre se mueve a mayor velocidad. Cuando te avergüenzas, tu cuerpo reacciona como si estuviera en peligro, por lo que la sangre circula más rápido, transportando más nutrientes y oxígeno a tus células. De esta forma tu cuerpo se encuentra mejor alimentado, más oxigenado y listo para reaccionar ante una situación peligrosa.



GENÉTICA Y DESCANSO DURANTE EL SUEÑO
!No veas televisión antes de dormir!

.....—¡Tienes prohibidos los videojuegos en la noche, porque no descansas!

.....—¡Después de las 8, sólo juegos tranquilos!

.....Esas son las frases que acostumbran decir los padres preocupados, porque nos cuesta trabajo dormir y al día siguiente despertamos cansadísimos; como si nos hubiéramos desvelado en una fiesta de locura.

.....A lo mejor tienen algo de razón, pero los científicos han encontrado algunos datos que los hacen pensar que la calidad del sueño —y por tanto de nuestro descanso— tiene que ver con la genética también.

¿Qué encontraron?

Iniciaron haciendo algunas pruebas en ratones.

.....Qué locura, los roedores no ven televisión, ni juegan brusco y menos hacen uso de los videojuegos. Claro que no hacen nada de eso; pero, en cambio, duermen al igual que nosotros.

.....¿Cómo pueden saber la manera en que duermen los ratones?

.....Ah, sencillísimo. De la misma manera en que se haría con los humanos en una clínica para diagnosticar los problemas de sueño. Elaborando un electroencefalograma.

¿Electro... qué? ¿De qué hablan?

Algo que has visto en televisión. ¿Recuerdas películas y programas donde al protagonista le acomodaban cables en la superficie del cráneo para ver en un monitor las ondas que indican cómo funciona su cerebro?

.....Pues eso mismo hizo el investigador Hehdi Tafti en Suiza. A varios ratones les colocó diodos en la cabeza y esperó a que llegara su hora de dormir para registrar la actividad cerebral. La gran sorpresa fue encontrar que en algunos de estos involuntarios sujetos de investigación faltaban las ondas delta, que son las típicas de la fase profunda del sueño. Dicho de otra manera, los ratones que menos descanso tenían al dormir.

.....¿Y qué con eso? ¿Qué nos importa la manera en que los roedores duermen?

.....Ah, pues es que —en algunas cosas— los humanos nos parecemos a los animales, sobre todo en la forma en que funciona el organismo.

El siguiente paso 

Ya estarás pensando que está muy bien el descubrimiento de que hay ratones que duermen mal, pero eso podría deberse a cualquier razón. ¿No es verdad? A lo mejor comieron mucho, se acordaron de un gato que rondaba fuera de la ventana del laboratorio o simplemente eran unos neuróticos.

.....Correcto, pero en el Centro Integrativo de Genómica de la Universidad de Lausana, tenían la idea de que esto podía tener que ver con características hereditarias, así que investigaron los genes de los dos tipos de ratones, los que dormían profundamente y los que no.

.....¿Qué encontraron?

.....Algo espléndido. Cuando se hizo la comparación localizaron un gen que era diferente entre los dos grupos de animalitos. De esa manera se dieron cuenta de que sí existe información que puede ser heredada de los padres a los hijos, la cual determina si se tendrá la posibilidad o no de dormir con el máximo de reposo.

¿Eso quiere decir que podremos dormir mejor?

Realmente no, al menos todavía. Los resultados de esta investigación —que apenas se van a publicar para que los conozca la comunidad científica— son el primer paso, pero abre nuevas rutas para el trabajo de la gente de ciencia.

.....Quién sabe, quizá algún día encuentren la manera de modificar esa información genética o una forma para neutralizar los efectos de la misma.

.....No tiene caso preocuparse demasiado ni menos, todavía, esperar ansiosamente las respuestas. Pasar las noches pensando cuándo llegará la solución podría espantarte el sueño y robar tu descanso. 



UN CEREBRO ARRUGADO
Introducción 
Ojalá que nunca hayas tenido la experiencia de ver un cerebro humano, fresco y recién salido de su empaque.

Aunque la mayoría de nosotros más o menos tiene una idea clara de cómo es. Para eso hay ilustraciones, monografías, esquemas, modelos y exposiciones. Quizá hasta hayas tenido la oportunidad de observar el cerebro de un cerdo, ya que son vendidos en carnicerías, tiendas de autoservicio y mercados. Es casi lo mismo porque somos extraordinariamente parecidos.

Pues bien: ¿te has preguntado por qué tiene esa forma tan curiosa? Con ondulaciones muy semejantes a las de una nuez fuera de su cáscara. A ver, usemos el cerebro para pensar en él. ¿Por qué no es liso como la piel o de superficie tan pareja como la del hígado?

Diseño especial para un espacio limitado 

Supongamos que pudiéramos planchar nuestro cerebro y dejarlo sin arrugas, como una camisa almidonada. ¿Qué tendríamos? Vaya pregunta. Además de un terrible dolor de cabeza, un problema de tamaño más o menos considerable. Si aplanáramos todas las ondulaciones, nuestro cerebro ocuparía una superficie de unos 20 centímetros cuadrados. Más o menos las dos terceras partes de una hoja tamaño carta, aunque eso sí: con mayor grosor.

Esto significa que si nuestro organismo tuviera que adaptarse para albergar un cerebro sin bolas, nuestro cráneo no podría tener la forma que posee ahora. La tapa de nuestros sesos sería algo más parecido a una caja de chocolates y nuestra cabeza estaría aplanada. Los sombreros parecerían birretes de graduación.
 

Las circunvoluciones entonces nos ayudan para que la masa encefálica aproveche mejor el espacio de nuestro casco de huesos. Un sencillo experimento nos puede ayudar a sacar una conclusión. Trata de acomodar una hoja de papel en el fondo de un vaso. ¿Se puede sin doblarlo o arrugarlo? ¡Ahí está! Es un problema de tamaño, forma y espacio.

El cráneo es un estuche muy duro 

Tal vez algún médico se infartaría con esta afirmación; pero, detalles más o detalles menos, para eso sirve el duro armazón de nuestra calavera. Protege al cerebro. Esto es de lo más importante porque cada neurona nos tiene que durar hasta el final de la vida. Las células nerviosas no son como las de otros órganos del cuerpo, que se pueden dividir y multiplicar. Ellas lo hacen mientras estamos dentro del vientre materno y muy rápido, por cierto.

Eso que se convertirá en nuestro órgano para pensar, comienza a desarrollarse aproximadamente a las dos semanas después de la fecundación, claro que en ese momento apenas es un esbozo. A los 30 días más o menos ya puede ser identificado un cerebro, aunque eso sí: bastante simplón. Semejante al de cualquier vertebrado en la misma fase.

Durante todo el tiempo que dura la gestación (unos 280 días) la división de las células es una auténtica locura. Casi podríamos decir que se multiplican como los conejos. En la época de mayor velocidad: un cuarto de millón de neuronas nuevas cada día.

Se supone que tiene que ser un proceso muy rápido, porque al momento del parto ya tiene que estar casi listo el total de neuronas que caracterizan a los individuos adultos. ¡Sopas! Eso da un total de unos 100 mil millones. Nada mal como para comenzar una vida como seres racionales.

El detalle específico es que el estuche no puede crecer al mismo ritmo que los sesos contenidos en él. De hecho, lo hace muy lentamente durante los primeros años de vida y nunca más.

Un cerebro en florecimiento 

El cráneo de un feto listo para el nacimiento debe ser lo suficientemente pequeño como para que pueda salir sin dificultad al momento del parto, pero también debe ser lo más grande posible, ya que crecerá muy lentamente y ahí tendrá que caber un encéfalo en expansión.

Cuando un bebé nace, su cerebro pesa apenas 375 gramos, pero casi cuadruplicará tal peso antes de cumplir los cuatro años. ¿Cómo sucederá eso si se supone que ya no se multiplicarán las neuronas? Ah, pues ése es el truco. Se trata de un cerebro inmaduro. Las células nerviosas están ahí, pero todavía faltan las conexiones. Los axones son prolongaciones en forma de cable y sirven para transmitir información (en forma de pulsos eléctricos) a otras células. Toda esta maraña nueva es la que provocará un aumento de volumen y peso cerebral.

¿Eso quiere decir que la gente llega al mundo con un cerebro que no se ha terminado de armar? Suena feo, pero tiene su parte real. Por eso los bebés son tan inútiles para bastarse a sí mismos, a diferencia de una tortuga recién nacida que no depende de nadie o de un potrillo que comienza a correr en unos cuantos minutos. Lo cual no es tan malo, porque eso mismo nos brindará la oportunidad de ser más inteligentes que una tortuga adulta o que un caballo.

Mucho de lo que somos capaces de hacer, no tiene que ver con el instinto o con la información genética simple. Habilidades como la capacidad de imaginar, resolver problemas, aprender algo o simplemente razonar, se desarrollan cuando enfrentamos las situaciones que nos rodean. Significa que el cerebro madura cuando lo usamos, porque eso estimula la conexión de las neuronas. Por eso vale la pena ponerlo a trabajar al máximo y hasta forzarlo.

No se gasta, al contrario 

Reservarlo para cuando seamos mayores y tengamos cosas importantes por delante, sería una pésima ocurrencia. De hecho, si esperáramos para estrenarlo, pasado el tiempo nos serviría de muy poco.

No es un músculo pero hay que ejercitarlo. Preguntarnos el por qué de las cosas, imponernos retos, resolver enigmas, intentar cosas en las que probablemente fracasemos, jugar y experimentar, son las maneras que tenemos para hacer gimnasia cerebral. Aunque suene muy a discurso de papás, estudiar también lo es. Mirar la televisión no es tan recomendable porque nos sugiere ideas, pero tiene la desventaja de que no podemos interactuar con ella.

Definitivamente, esperar para saciar la curiosidad; probar o afrontar desafíos, podría ser nuestra peor decisión. Dejarlo para cuando seamos adultos casi es una renuncia. La capacidad de las neuronas para hacer nuevas conexiones se va perdiendo con la edad y se supone que el coco termina de madurar por ahí de los 20 años. Algo podremos hacer después de esa edad, pero hay algo seguro... No será igual.

¿Quieres algunas ideas para retar a tus neuronas? Ahí van unas sugerencias:

"La fórmula para desaprender", "La niña que no temía a nada", "El terrible caso de los pollos enfermos", "Leche de cerda", "Catetos, hipotenusas y Enrique el Navegante", "Los desechos orgánicos", "¿Delatarías a tus compañeros por un punto?", "¡El tiempo está en contra mía!", "El diablito", "Fabrica un clon tuyo", "¡No leas un libro más!", "¿Por qué me dan ganas de hacer pipí?", "Efecto placebo", "Un frijol en la nariz", "Quiero un robot", "El retrato robot", "El retrato hablado", " Y si tú fueras Midas...", "Las tetas de la perra y la cerda", y "Haz gimnasia cerebral". 



NIÑAS QUE SE ACHICAN Y SE AGRANDAN
Omar apuntó la lámpara directamente al ojo del gato. Hacía rato que su mirada se había acostumbrado a la oscuridad, de modo que podía distinguir la silueta del animal recortada contra la pared.
Indiferente, el felino permaneció inmóvil, al tiempo que su enorme ojo sufría una curiosa transformación: mientras el anillo que le daba ese increíble color amarillo crecía desmesuradamente, el círculo negro que quedaba al centro se convirtió en una línea casi invisible como si no quisiera dejar entrar el chorro de luz.


El otro ojo, en cambio, funcionaba en forma independiente. El círculo negro se había dilatado como queriendo capturar la poca luz que tenía a su alcance. En el anillo, en cambio, apenas se adivinaba el color de los ojos del gato Jeremías.

"Las niñas de los ojos se achican y se agrandan... Las niñas de los ojos se achican y se agrandan", repetía Omar como en una letanía, al tiempo que dirigía alternativamente la lámpara a uno y otro ojo y observaba de nuevo el trabajo de equipo que realizaban automáticamente el iris y la pupila.

Alguien abrió entonces la puerta y prendió la luz. Jeremías maulló y salió corriendo, harto del experimento. Omar soltó la lámpara que se fue rodando debajo de la cama.

¿Y tú, qué hacías? —preguntó su hermano.

Nada, sólo comprobaba cómo las niñas se achican y se agrandan con la luz —respondió deslumbrado Omar, mientras las niñas de sus ojos comenzaban a achicarse, adaptándose a la intensa luz que bañaba el cuarto.

¿Niñas? ¿Cuáles niñas?

Las pupilas, también llamadas niñas, tienen la función, junto con el iris (la parte coloreada del ojo), de regular la cantidad de luz que penetra en el ojo.
Cuando la luz es muy intensa, la pupila se achica y cuando disminuye su intensidad, se agranda. A través de la pupila, la luz penetra a una cámara oscura, donde se efectúa el fenómeno de la visión.

El iris es una cortina de músculos que rodea la pupila y la ayuda a encogerse o agrandarse.



AGUA EN EL CUERPO
Si preguntas a tu maestro o maestra de qué estamos hechos, muy probablemente te digan que la mayoría es agua. ¡Exacto, lo mismo que dicen los libros de Ciencias Naturales! Claro que una cosa es que lo digan los libros o los maestros, y otra muy diferente el hecho de que en verdad lo creamos. Si me fijo en mí mismo, lo que veo es otra cosa. A lo mejor hay mucho de agua en la saliva, en la orina o hasta en la sangre… pero en la carne es otra cosa.

¿Agua? ¡No inventen!

¿Cómo pensar que tres cuartas partes de mi cuerpo son agua, si mis uñas, mis dientes, mis huesos y mis cabellos aparentan otra cosa muy distinta? A lo mejor un poquito de agua en las vísceras, donde no se ve; pero de ahí a decir que por cada 10 kilos de mi peso, 7 son de agua... eso es distinto.

Probablemente lo digan porque no tenemos forma de comprobar que es un cuento chino. Ni modo que elijamos a un compañero o compañera en la clase, para exprimirlos y ver cuánto jugo de estudiante podemos obtener. Claro que lo mismo dicen de las plantas y animales; pero en ese caso ni se enteran, así que menos lo pondrán en duda.

Tomemos el ejemplo de pasto o zacate. Cuando está verde y vivo, también los libros dicen que tienen un alto contenido de agua o humedad. Si salimos tempranito de la casa, a lo mejor está mojado por el rocío nocturno, pero no forma parte de la misma planta. Es sólo agua que se condensó durante la noche por el frío, pero nada más. Cómo vamos a creer que la mayor parte es agua, cuando lo que nuestras manos tocan son hojas y tal vez hasta tallos. Cómo podemos pensar que hasta tengan una textura áspera, si tres cuartas partes de su composición fueran agua.

Bueno, sólo tenemos dos caminos por delante:
Una posibilidad es fingir que nos creemos la dichosa patraña y así respondemos en el examen o lo anotamos en la tarea para poder tener una buena calificación. La otra opción es desconfiar y comprobarlo por nosotros mismos. ¡Un momento! No vamos a hacer caldo concentrado de escolar; tampoco de perro, rata o conejo. Lo que sí podemos intentar es un experimento con plantas, que compruebe que no nos están tratando de tomar el pelo con ese asunto del agua en la composición física de los seres vivos.  


¿Un experimento científico?

Ni más ni menos.

¿Cómo?

Fácil, aprovechando algo de lo que ya sabemos.

Cómo que no sabemos nada de ciencia. ¡Falso! Más falso que un billete de 27 pesos. Para comprobarlo, bastan unas preguntas sencillas.


Primera Pregunta:

Después de llover. ¿Qué sucede con el agua que queda sobre las calles, una vez que sale el sol y comienza a hacer calor?

Por supuesto: se evapora y sube de nuevo a la atmósfera.

Segunda Pregunta:

¿Qué pasa con un ramito de cilantro, un manojo de pasto o unas flores cuando se les arranca de la tierra y se ponen al sol?

Así es: se secan porque se deshidratan. Pierden humedad o, para decirlo de otra manera, se evapora el agua que contienen.


Tercera Pregunta:

¿Qué sucedería si pesáramos algo de pasto verde y luego pesáramos lo que queda después de la desecación?

¡Eureka! Podríamos calcular cuánto se perdió de agua y por lo tanto, la proporción que representaba en su composición.
 

Hagamos el Experimento:
•  Consigue una charola, una bandeja, una tabla o cualquier otro objeto en el que puedas extender el pasto.

•  Necesitas una báscula para pesar el material verde y luego el material seco. Si no hay una báscula de cocina en tu casa, tal vez puedas pedir en la tienda cercana que te permitan hacer la medición.

•  Corta una cantidad aproximada de 100 gramos de pasto verde.

•  Un detalle: Si no puedes conseguir una báscula muy precisa, es mejor usar una cantidad mayor de muestra para que sea menos inexacto (nota el lenguaje científico que estamos usando, como en los laboratorios auténticos). Un cuarto o medio kilo puede ser suficiente.

•  Pesa inmediatamente después de cortar y anota el dato.

•  Acomoda las plantas sobre la superficie elegida procurando que no queden amontonadas en una capa muy gruesa, ya que se podría pudrir antes de deshidratarse.

•  Coloca al sol durante varios días hasta que todo esté perfectamente seco y cuidando que el viento no vuele algunas de las briznas o la lluvia moje tu material.

•  Cuando ya no percibas nada de humedad, pesa nuevamente en la misma báscula. Anota también el dato para no olvidarlo.

•  Por último calcula cuál es la proporción. Puedes usar una regla de tres o hacer porcentajes.

Si todo sale bien y la ciencia no miente, encontrarás que el residuo pesa aproximadamente una cuarta parte de la medida original y esto quiere decir que las 3/4 partes del peso restante eran agua y se perdieron durante la evaporación.  


¿ Tu curiosidad llega más lejos ?
El mismo principio puede ser aplicado a otros objetos o alimentos.

Quizá te interese saber cuál es el contenido de agua de una tuna o un plátano. A lo mejor puedes comprobar cuánta humedad puede acumular una jerga o un trapeador.

Si tu interés está en el campo o la jardinería, también podrías conocer la capacidad de retención de humedad que tiene la tierra que se encuentra en el campo o las macetas del patio.

Y, bueno, si estás dispuesta o dispuesto a realizar el experimento, te damos la bienvenida al exclusivo círculo de la Gente de Ciencia Especializada en los Estudios del Agua.



DIENTES DE LECHE
Los mensajes alarmantes empezaron a aparecer bajo las almohadas de los niños. Poco a poco las atareadas hadas de los dientes corrieron la voz y fijaron la cita.

La reina Fluorina había llamado a una junta extraordinaria en un consultorio dental abandonado y esperaban, según anunció, a un visitante muy especial que venía desde muy lejos. Después de unas cuantas horas, lentamente, fueron llegando todas las hadas.

Cada vez había menos y un conteo resultaba inútil: ellas sabían que se estaban extinguiendo sin remedio. Finalmente el invitado especial llegó. Un pequeño ratón que dijo pertenecer a la familia Pérez se presentó como guardián de los dientes de leche.

Las hadas más jóvenes (solamente con unos cuantos siglos de edad) decían incrédulas que ese ratón era un mentiroso, hasta que la reina explicó que el ratoncito Pérez vino desde hace muchos años de España a América.

Que cuando a un niño se le cae un diente de leche lo pone bajo la almohada y a la mañana siguiente encontrará que se lo ha llevado Pérez, dejándole a cambio algún pequeño obsequio o una moneda, ¡que muchas veces es de chocolate!

Por lo tanto, el ratoncito Pérez es nuestro colega —comentó—; y ha venido porque su mundo está siendo afectado por el mismo mal que el nuestro: la mala calidad de los dientes de leche provocada por la caries.

Ahora bien: tanto para el ratoncito Pérez como para las hadas de los dientes, los dientes de leche son esenciales para la supervivencia de sus respectivos mundos.


El ratoncito Pérez los necesita para fabricarle un collar a la Reina Ratona, quien sin la alegría que le da escuchar las risas que pasaron por cada diente moriría de la tristeza dejando al reino sin soberana.

En cuanto a las hadas, los necesitan para alimentar los árboles de gotas de leche de los que saldrán los nuevos dientes. Y la primera vez que sonríe un niño nace una hada de los dientes; pero eso sí, siempre y cuando los dientes estén muy bien cuidados.

Entre los 6 meses y los 6 años de edad un niño puede ayudar a nacer a una hada de los dientes, que es el tiempo en que los dientes de leche permanecen en la boca. Por eso cada vez había menos hadas de los dientes y el ratoncito Pérez trabajaba incansablemente sin darse abasto, recogiendo dientes cada vez más feos.

Después de varias horas de negociación y análisis, las hadas y el ratón decidieron que aunque hablar del problema con los adultos sería una buena opción, muchos de ellos son incapaces ya de verlos, por lo que lo mejor sería comunicarse directamente con los niños.

Aprovechando los medios de comunicación —y en este caso Internet—, enviaron el siguiente mensaje:

"aunque mucha gente no lo sepa, los dientes de leche son extremadamente valiosos: su buen estado facilita que aprendas a hablar y comas bien.  Tambien te ayuda a tener un buen desarrollo de maxilares y mantener el espacio para alojar tus dientes permanentes. Las caries en tus dientes de leche, pueden hacer que en el futuro tengas que utilizar molestos aparatos dentales. Muchos papás creen que los dientes de leche no necesitan de mucho cuidado, aunque tengan caries, porque después se caen y salen otros. Pero se necesitan cuidar con igual dedicación las piezas de leche como sus herederas, poe eso es importante que tus papás te lleven al dentista cuando menos dos veces al año." 

Ya un poco más relajados, las hadas y el ratón Pérez se pusieron a platicar sus numerosas aventuras nocturnas en cumplimiento de su deber. Anécdotas sobre dientes de escayola, gatos merodeadores, perros de mal carácter, almohadas difíciles de mover, etcétera.

Aunque no sabían cual sería el resultado de su desesperado intento por sobrevivir, siguieron trabajando incansablemente. Aunque eso sí: en su tiempo libre se reunían para compartir consejos y esperar pacientemente un tiempo para ver los resultados de su mensaje.



SOÑAR, SOÑAR, SOÑAR
¡Qué hermoso es soñar! ¿Verdad? Pensar que un niño de 10 años lleva durmiendo más de tres. ¡Y cuántas cosas extraordinarias debió haber soñado ese niño en esos tres años!
Para descubrirle los misterios del sueño, Chispa entrevistó al Dr. Fructuoso Ayala Guerrero, de la UNAM, un especialista en la materia.
  

Chispa: ¿es importante el sueño, doctor?

Doctor: tan importante, que nos pasamos un tercio de nuestra vida durmiendo. Una persona de 60 años ha dormido nada menos que 20. Además nuestro cuerpo y nuestra mente necesitan dormir. Así se relajan y descansan.


Chispa: y los sueños, ¿también son importantes?
 

Doctor: ¡claro que sí! Todos los seres humanos sueñan, aunque algunos no se acuerden. Pero, según las investigaciones, los niños y los jóvenes sueñan más que los ancianos.
 

Chispa: ¿por qué, doctor?
 

Doctor: porque una de las funciones del sueño es desarrollar el cerebro. Imagínate, hasta un feto, protegido por el vientre de su madre, sueña.
 

Chispa: su laboratorio está lleno de pericos, tortugas, iguanas, ranas... No me vaya a decir que los animales también sueñan.
 

Doctor: por supuesto, y porque sueñan podemos experimentar con ellos y así descubrir los misterios que encierra ese mundo fantástico.
 

Chispa: pero, ¿cómo le hace para saber que los animales sueñan, si ellos no pueden contarle los sueños?
 

Doctor: antes te contaré algo muy importante. En los seres humanos y los demás mamíferos, el sueño tiene dos fases o etapas. Una primera, llamada de sueño lento o ligero, durante la cual nuestra actividad cerebral disminuye. Y una segunda parte llamada de sueño MOR porque movemos los globos oculares rápidamente. Durante el sueño MOR, el cerebro trabaja tanto como cuando estamos despiertos.
 

Chispa: ¿y por qué tanta actividad?
 

Doctor: ¡porque estamos soñando! Algunos investigadores piensan que nuestros ojos se mueven siguiendo el contorno de las imágenes que soñamos.
 

Chispa: eso me parece fantástico, doctor. Pero, ¿a poco aquel periquito parlanchín tiene sueño MOR?
 

Doctor: no sólo aquel periquito parlanchín, también aquella iguana negra. Con ella hicimos un experimento muy importante. La observamos durante cinco días seguidos y, al tercer día, cuando estaba completamente dormida, comenzó a mover los ojos rápidamente, abría la boca y hacía "lagartijas". Sin duda la iguana estaba soñando. Como algunos especialistas aseguran que los reptiles no sueñan, nuestro experimento resultó todo un descubrimiento.
 

Chispa: pero, ¿con qué habrá soñado la iguana, doctor?
 

Doctor: ¡eso nadie lo sabe! Es un misterio que quizá nunca se pueda descubrir. Sin embargo, puedo decirte que una vez observé un caballo dormido que hacía movimientos de galope. Tal vez el caballo soñaba que estaba galopando por el campo.
 

Una cosa es cierta: los sueños tienen que ver con lo que vivimos cuando estamos despiertos. En lugar de decir, como un poeta, que toda la vida es sueño, podríamos afirmar que los sueños no son nada más que una parte de la vida.

Y así terminó la entrevista con el doctor Fructuoso Ayala Guerrero, especialista en sueños.

Más sobre los sueños
En el delfín y la ballena sólo duerme la mitad del cerebro, mientras que la otra mitad se mantiene despierta. Pero, ¿a qué se deberá? Los científicos piensan que como estos mamíferos acuáticos tienen que salir a respirar, incluso en sus periodos de sueño, no pueden dormirse del todo porque se ahogarían. Los ciegos sueñan principalmente con ruidos y sonidos. También sueñan con sensaciones de calor y frío y, muy poco, con olores y sabores. En cambio, los videntes —es decir los que no somos ciegos— soñamos con imágenes visuales. ¿Por qué será? Los sueños son generalmente en blanco y negro. Sin embargo, hay gente privilegiada que sueña en color... Y tú, ¿cómo sueñas? Todos soñamos. Más aún, no se puede vivir sin soñar. Se han llevado a cabo pruebas con personas a las que se les ha dejado dormir pero no soñar y ¿sabes lo que les pasa? Al cabo de cierto tiempo, despiertas, comienzan a tener alucinaciones. Durante las ocho horas que dormimos en el día, tenemos varios ciclos de sueño. Cada ciclo está compuesto por una parte de sueño ligero, que dura alrededor de una hora; y por una parte de sueño MOR, que dura entre quince y veinte minutos. Durante el sueño MOR es cuando soñamos. Así que, ¿cuántos sueños crees tú que puedes tener en una sola noche? Cuanto más grande es el animal, más tiempo dura su ciclo de sueño. De los mamíferos terrestres, el elefante es el que tiene el ciclo de sueño más largo. Con la ayuda de un reloj y un poco de paciencia puedes observar el sueño de un hermano o de un amigo. Cuando ya lleve una hora de sueño, levántale suavemente un párpado, si el ojo se mueve, quiere decir que ya entró en el sueño MOR. También te puedes dar cuenta de cuándo pasa de un ciclo a otro, porque cambia la posición del cuerpo.



UN MARCAPASOS PARA EL CORAZÓN DEL ABUELO
Un evento inesperado
Como todos los días, el abuelo salió a dar un paseo con su perro. Encontró a los vecinos de siempre, saludó al vendedor de periódicos, pasó bajo el grupo de árboles que dan una sombra sensacional, cruzó dos calles con mucho cuidado; pero, al encontrarse a dos casas de la suya... ¡cayó desplomado como si le hubiera pegado un rayo!

Un desmayo sorpresivo que ni siquiera le permitió protegerse con las manos. Cual maceta que se desprende de un balcón, su cabeza golpeó contra el piso. Por fortuna unos muchachos que iban unos pasos atrás le ayudaron a levantarse, una vez que despertó.

Sin perder tiempo, la familia lo llevó a la sala de urgencias de la clínica más cercana porque, además de un tremendo chipote, la sangre salía a chorros que no podían parar.

Al señor le hicieron una curación con tantas puntadas, que el cuero cabelludo parecía un calcetín agujerado. Con la rapidez y habilidad de una costurera experta en bordados finos, médicos y enfermeras trabajaban cuando... el abuelo se volvió a desmayar.

Luego de revisiones por aquí y revisiones por acá, descubrieron que el golpe había sido lo de menos. El cansado corazón había perdido su ritmo: apenas funcionaba. Seguramente fue eso lo que provocó la pérdida de la conciencia. Si la sangre no llegaba al cerebro, ¿cómo esperar que todo el cuerpo funcionara como siempre?


El ritmo del corazón
Si has estudiado el sistema circulatorio, recordarás que el corazón es un músculo hueco, dividido en cuatro compartimientos. Trabaja como una bomba de las que se emplean para impulsar el agua; en este caso, la labor consiste en llevar sangre a todos los rincones del organismo. ¿Para qué? Bueno, pues porque en este fluido se transporta el oxígeno y los nutrientes que necesitan todas las células, además de que es también el vehículo para acarrear las sustancias de desecho y expulsarlas después. Un enorme sistema de tuberías, formado por venas y arterias de todos los calibres.

Para cumplir con su tarea, ese poderoso y resistente músculo debe mantener un ritmo en sus latidos: más lento cuando el cuerpo descansa y más rápido al estar en plena actividad. Para eso hay un director de orquesta que se encarga de que todo funcione con la misma armonía de un grupo musical profesional. Un punto que está en la parte superior del corazón, que recibe el nombre de “nodo sinusal” o marcapasos natural.

Lo malo es que el envejecimiento y a veces algunas enfermedades, provocan que el director y su batuta pierdan la energía para marcar a qué velocidad deben contraerse las aurículas y los ventrículos. Lo mismo que le sucedió al abuelo y que lo dejó con sólo 20 latidos por minuto cuando debía tener 70, aproximadamente. 


La electricidad y los músculos
Un músculo sólo se mueve cuando “algo” le dice que lo tiene que hacer. Es necesaria una señal o estímulo eléctrico.

¿Electricidad en nuestro cuerpo? Tal cual, sólo que de una intensidad pequeñísima. Tanto que ni siquiera los tejidos cercanos pueden distinguirla, ya que además viaja por las ramificaciones de nuestro sistema nervioso justo al sitio donde es requerida su acción. Ésta es otra maravilla de nuestro cuerpo: tener un sistema de cableado —o circuitos parecidos a los de los aparatos electrónicos— que se encarga de hacer que trabaje el tejido muscular.

Con la edad o el descuido del corazón, los pulsos eléctricos dejan de producirse en el “nodo sinusal” o salen con lentitud. Se genera una falla en la bomba y la sangre no llega a donde debe; y como resultado la persona se marea o siente una gran debilidad.

Es el punto en el que cualquier esfuerzo provoca que el oxígeno falte y la gente deja de hacer hasta las cosas más simples. No le queda más remedio que permanecer en reposo absoluto porque, en casos críticos, hasta la muerte puede llegar.

El marcapasos y la recuperación
Cuando el abuelo llegó a la sala de operaciones, sólo le pusieron anestesia local en uno de los lados de su pecho. El médico hizo un corte por debajo de la clavícula, ese hueso horizontal que está hasta arriba de las costillas y se une con los huesos del brazo. Ahí buscó una vena y por ella metió un delgadísimo cable que tenía por destino el corazón.

El viaje de la sonda en la dirección correcta fue seguido con la ayuda de los rayos X  y, una vez que su punta llegó al punto exacto, conectaron el cable en un pequeño aparato con apariencia de reproductor de música, que fue acomodado bajo los bordes de la piel cortada. Unas puntadas y listo: el hombre tenía un nuevo director para marcar el ritmo de su músculo cardiaco.

El artefacto aquel era un marcapasos. Algo así como uno de los viejos relojes que hacen tic-tac a ritmo constante o los metrónomos empleados por lo músicos para marcar la velocidad con la que deben tocar cada nota.

El marcapasos moderno tiene chips y circuitos electrónicos que le permiten identificar cuándo se está retrasando el ritmo natural y, entonces, comenzar su ayuda al corazón. Cuenta con una pila de larga duración que será la que mande las pequeñas descargas por el cable o sonda. Para rematar, todo el artilugio está guardado en una cubierta de material que no provoca reacciones negativas en el organismo, tales como rechazo, mala cicatrización o infecciones secundarias.


Fin de la historia... al menos por ahora
Unos días después del susto, el abuelo anda como trompo por toda la casa y de paseo en la calle. No es más joven que antes pero, gracias a la investigación científica y tecnológica, así como a los médicos y enfermeras, volvió a su vida normal.

Si la historia que te contamos hubiera tenido lugar hace unos años, posiblemente el protagonista de la historia habría muerto. Hoy tiene batería para varios años en su marcapasos y, si comienza a fallar, puede ser cambiado por otro. Todo el montón de nietos tiene abuelo para un buen rato; y tal vez alguno, interesado por esta aventura, decida estudiar algo que ayude a otras personas.

¿Estudiar qué? Las alternativas son muchas: enfermería, medicina, ingeniería electrónica, ingeniería biomédica y primeros auxilios, por mencionar sólo algunos ejemplos.



HIGIENE Y SALUD 
LA HIGIENE
De revolución a revolución
Cualquiera piensa que para hacer una revolución hay que echar balazos, perseguir a los enemigos ideológicos y hacer cambios en el poder. Bueno, algunas sí se han caracterizado por eso, pero otras no. Estrictamente, revolución quiere decir más cosas. Por ejemplo, es también un cambio total y radical. Con esta última idea, la higiene es y ha sido una auténtica revolución en el mundo de la salud.


¿A poco es para tanto?...
Por supuesto. Los primeros antibióticos y medicamentos antimicrobianos, apenas tienen unos 50 años en el mercado. Se inventaron y comercializaron a mediados del siglo XX. Los desinfectantes son más viejos, pero de todas formas son relativamente recientes. De hecho, a principios del mismo siglo XX, muchas personas ignoraban la existencia de los microbios como transmisores de enfermedades.

Tan sólo para darte unos cuantos ejemplos:
¿Sabes quién infectaba a las mujeres durante el parto, mismas que luego morían por una enfermedad llamada fiebre puerperal? ¡Sorpresa! Sus propios médicos. ¿Increíble? Pues no lo es tanto. En el siglo XIX, ignorando los mecanismos de transmisión de las enfermedades, un doctor de aquellos tiempos se iba a atender a una futura madre después de haber estado examinando cadáveres o a enfermos de cualquier otra cosa. Sin medicamentos efectivos para un tratamiento, el médico llevaba los gérmenes en sus manos y ropa, infectando a una mujer sana que estaba en proceso de parto.

¿Sabes de dónde viene la expresión: “¡Aguas!”? Aja, esa tan usada para avisarnos de algún peligro o riesgo. Pues de la costumbre que se tenía de arrojar desde las ventanas y hacia la calle, el contenido acumulado por las noches en las bacinicas de los ciudadanos y las ciudadanas. Piensa que el uso de los drenajes y los cuartos sanitarios es apenas novedad: antes los desperdicios corrían por el arroyo de las calles.

Ya te imaginarás la contaminación microbiana que persistía en las calles de las ciudades y pueblos. Si a esto le añadimos que el agua para beber tampoco corría por tubos, sino que lo hacía al aire libre en acueductos o se sacaba de pozos hacia los que podrían filtrarse las aguas negras... ¡Uf, qué asco! No en balde aparecían una y otra vez epidemias de cólera.

¿Y qué tal una madre que alternaba el cambio de pañales con la preparación de alimentos? Sí, seguramente enjuagaba sus manos, pero sin el cuidado y dedicación que esto requería.

Otra costumbre que imperó ampliamente entre la gente del campo —y aún lo hace todavía en algunas comunidades— era la convivencia estrecha con animales domésticos. Gallinas que entraban a la cocina y las habitaciones. Perros que sin la menor precaución acompañaban a la familia en todo momento. Vacas que vivían en los mismos cobertizos donde se almacenaban los alimentos de las personas. Poca cosa si tomamos en cuenta que una gran cantidad de las enfermedades que padecen los animales, son compartidas también con el hombre.

¿Y por qué una revolución?
Porque las medidas generales de higiene dieron la oportunidad de prevenir en lugar de curar. Puede parecer poca cosa, pero cuando no se contaba con el arsenal de recursos médicos que ahora se tienen para combatir las enfermedades, evitar el contagio o la transmisión era de la primera importancia. Si las personas no enfermaban o lo hacían menos, mejoraban las condiciones de vida y se prolongaba la esperanza de vida.

Con la higiene se minimizan las oportunidades de infección
Efectivamente, parece una exageración; sin embargo, no lo es. Partamos del principio de que todo está contaminado en mayor o en menor medida. No importa en qué objeto pensemos o en qué alimento: por el simple hecho de estar en contacto con el ambiente, está infestado por microorganismos.

Si tomásemos una muestra de alimento, aire, agua, monedas, piso, ropa, cabello, piel, leche o lo que sea, y la enviáramos a un laboratorio para que hicieran cultivos bacterianos, sin duda encontraríamos colonias y colonias de gérmenes.

Barriendo y trapeando, lavando las manos, limpiando los objetos que empleamos, bañando nuestro cuerpo, manteniendo limpias las áreas en las que no convivimos con animales, fregando los trastos y lavando nuestros alimentos, lo que en realidad estamos haciendo es retirar una buena parte de los microbios que impregnan lo que nos rodea.

Es justo decir que no todos los bichos son capaces de provocar enfermedades, inclusive con algunos podemos tener una buena convivencia. No obstante, cuando están presentes en exceso y nuestras defensas orgánicas no están en forma, potencialmente podrían dañarnos. Por otro lado, si nuestro sistema inmunológico no se tiene que ocupar de contener a los organismos no patógenos y además reducimos la concentración de los que son realmente agresivos, las posibilidades de que trabaje con éxito son mayores.

En mucho tenían razón las abuelas cuando pregonaban que más vale prevenir que remediar. Quien se enferma se siente mal, requiere médico y medicinas; puede ser que tenga que dejar de trabajar, que algún órgano resulte con daño permanente o incluso que muera. Quien no se enferma, evita pasar por toda esa monserga.

¿Entonces qué? ¿Imaginabas que al lavar tus manos, al bañarte, al barrer, al asear los platos y al trapear... participabas en un acto revolucionario?

¡La salud es de quien la trabaja!, ¡Limpios del mundo, uníos!, ¡Se ve, se siente, la higiene está presente!


HISTORIA DE UNA MUELA
Timorato Medroso era un hombre inmenso de casi 100 kilogramos. Un valentón tan fuerte, que desde joven quiso ser luchador del bando de los rudos. Ah: cómo le gustaba estar en la arena para hacer volar por los aires a sus contrincantes o aplicarles una doble llave china. Como pez en el agua se sentía en el mundo de los costalazos.

Y, claro, en el mundo de la lucha libre, dar y recibir porrazos era cosa de todos los días. Timorato Medroso, a ningún oponente, ni a los golpes temía. Tan valiente que hasta el león más feroz, un gato cobarde parecería a su lado. Rudísimo gladiador de rostro cruel e inhumano.

Una amenazante excepción
Si hemos de hablar con verdad, tendríamos que mencionar a la dentista Quintana. No guerrera del cuadrilátero, sino odontóloga de profesión.

Dama menudita, de baja estatura y bastante delgada, a la que el bravucón de Timorato miraba con horror.

Por ello no ha visitado en años el consultorio, desde que su madre —la señora Medroso— lo obligaba. Y cómo hacerlo si aún se le eriza el vello de la espalda, cuando recuerda el último encuentro. Lo hizo llorar de pánico cuando era un jovenzuelo indefenso de 18 años con 90 kilos y a dos centímetros de alcanzar el par de metros de altura. Tan avergonzado se sintió en aquella ocasión el grandote, que juró por siempre cuidar sus dientes. Nunca más la vería, con la ayuda de cepillo, pasta e hilo dental.

Cuando los planes resultan mal
Una mañana de su triunfal carrera, el rudo, sus dientes lavaba. ¡Oh sorpresa traidora! Un punto negro notó en la dentadura. A punto estuvo de caer su máscara.

Miró con el mayor de los cuidados y por un momento pensó: “Tendría que ir con la dentista”. Pero recordando su miedo, la idea desechó.

No tiene importancia. Se trata de un punto pequeño que no me hará nada.

Pasaron varios meses, quizá un año. Y hete aquí que el gigantesco Timorato notó un cambio. El punto aquel, de mínimo tamaño, ahora era un hoyanco.

Sí, a la dentista Quintana tendré que visitar.

Tremendo miedo sintió nuevamente el rudo. Pero no le dolía la dura dentadura, ni con el castañeteo del escalofrío...

Quizá más tarde, en cinco o diez años. 


Dándole tiempo al tiempo

Pasaron dos años y en campeón de la lucha se había convertido. Aniquilaba a los técnicos con un resoplido. Ese aliento de dientes cariados, en halo mortífero se había convertido.

No me hables de frente —suplicaba la novia.

Mantente más lejos —pedía con precaución la mismísima madre del luchador.

¿Agujero profundo el de aquella muela? ¡Qué va! De aquella magnífica pieza dental, ya sólo quedaba un delgado cascarón. Timorato Medroso aúlla y lloriquea, pero no a causa de la refriega de una violenta pelea: es el dolor del podrido molar.

Del dolor cuando come, al temor del consultorio, no hay ni medio paso. Haciendo acopio de valor, el luchador hace una cita. Enfrentará a la odontóloga, máscara contra cabellera.

Acude nervioso y a través de la puerta alcanza a escuchar el escalofriante zumbido de la maquinilla y su fresa. Perdió por descalificación al no presentarse al encuentro. Huyó como ratoncillo el imponente enmascarado.

¿Su pretexto? “Ella está armada y la muela... casi ni me duele”.

El gigante se ha quedado solo
Timorato Medroso ya no conserva a sus amigos a causa de su repugnante aliento, todos se han distanciado. El colmo de la tragedia es que ya ni rivales tiene. Nadie quiere luchar si no se arregla los dientes. El seguro de vida no incluye ese riesgo, el de someterse al mortífero aliento.

Nadie le llama por su nombre. Dejó de ser Timorato Medroso, para comenzar a ser, Timorato “el apestoso”.

Su rostro sin máscara denota amargura. No son sus nobles sentimientos lastimados, sino que lo mata su dentadura. Come sopitas, no mastica, dejó el agua fría... mil agujas parecen atormentar su antes invencible mandíbula.

El desenlace o la segunda caída
Vencido por la agonía de la muela podrida, sin saber cómo ni cuándo, Medroso llegó a la consulta. Qué paradoja, lo que más temió se transformó en pesadilla.

¿Miedo al zumbido? ¿Pánico ante el pequeño taladro?

La dentista Quintana ni siquiera lo necesitaba. El diagnóstico era preciso:

¡Esta pieza dental ya no sirve para nada! —ella recomendó—: ¡extracción total!

Timorato vio los instrumentos y se desmayó. Perdió el conocimiento diecisiete veces y sin límite de tiempo.

Jeringa con anestesia. Bolas y bolas de algodón, además de algún material oloroso para hacer la curación. Un desarmador en manos de la odontóloga, según ella, para dislocar la muela. Pinzas que serían la envidia del mecánico de un tractor.

Timorato se siente como yunque de herrero, cual naranja pisoteada. Guiñapo de hombre con la boca maltratada.

Ah, pero su novia ha vuelto a besarlo y la madre también. La dentadura se ha desecho del mortífero hedor; pero, sobre todo, del agónico sufrimiento.

Los técnicos, sus rivales de siempre, han vuelto a perder los encuentros concertados con este campeón. Ahora, todos a coro, en lugar de gritar aquella frase: ¡Abajo el rudo! Claman al unísono:

¡Timorato... no vayas con la dentista! Nos caías mejor con dolor de muelas, cuando eras un cobarde perdedor. 



INSTRUCTIVO PARA DEFECAR
¿Crees que se necesite un instructivo para descargar el intestino?

Vaya cosas. Parece que eso es algo que, una vez aprendido, no requiere de manuales, material didáctico o una lista de procedimiento. A menos claro, que se quiera depurar una técnica.

Bueno, pues los médicos del Servicio Nacional de Salud de Escocia (1) no opinan lo mismo, y por ello crearon un pequeño folleto que se reparte en los hospitales y en los consultorios. Sí: se regala a los pacientes que acuden para revisiones o tratamientos varios, con el objetivo de que lo hecho en el inodoro, esté muy bien hecho.

La obra lleva el nombre de Good defecation dynamics , título que al castellano se podría traducir como “Dinámica de la buena defecación”.

¿De qué podría hablar?
Lo primero que se nos ocurriría, antes de conocer el librillo, es que el contenido se parece a los instructivos que acompañan a los aparatos electrodomésticos:

Precaución: No intente evacuar sin haber leído detenidamente las instrucciones.

Luego, un esquema en el que se muestran las partes. El broche del pantalón o de la falda, la cremallera o cierre, la taza del escusado, el tanque, la manija y el rollo de papel.

Más adelante, los pasos:
•  Desabroche la ropa que aprisiona la cintura
•  Baje la cremallera
•  Deslice la ropa hacia arriba o hacia abajo según corresponda
•  Flexione las piernas con suavidad y apoye su traserito en la taza
•  Y todo lo demás.

Pues no. Los escoceses no son tan excéntricos, ni tampoco están locos. El manual de 4 páginas tiene un objetivo específico y es el de evitar que se desarrollen algunas enfermedades asociadas con los hábitos que las personas tienen para defecar.  


Enfermedades que dan por obrar mal
Obrar... la forma pudorosa que tenían las familias de antes para no tener que decir cagar. Palabra que, aun cuando suena asquerosa, está reconocida y aceptada por la mismísima Real Academia Española y tiene varias acepciones como son: cometer un error difícil de solucionar, “la cagaste”; acobardarse, “me he cagado ante el enemigo”; o mostrar enfado, “me cago en la tarea tan difícil que nos han dejado”; echar a perder algo, “el torero ha cagado la faena a la hora de matar”, y por último, la que tiene que ver con la evacuación del vientre... de lo que trata este artículo.

Pero, bueno, dejando aparte el cultísimo uso de la lengua castellana y su prestigiada Academia, volvamos a lo que tiene que ver con la salud.

Los esfuerzos largos, una postura que no dé apoyo al estar sentados en el retrete, pujidos denodados o estreñimiento que dure horas y hasta días, pueden dar lugar a las temidas hemorroides , la aparición de divertículos y laceraciones de los bordes del ano .

Para eso se tomaron el trabajo de hacer un manual los escoceses. Una forma de prevenir enfermedades que afectan la parte final de nuestro aparato digestivo. Y no es porque falten especialistas en la materia, que para ello están los proctólogos, quienes trabajan lo relativo al recto y sus males. Extraña vocación, por cierto.

Lo que recomienda la ciencia
En realidad son pocos y sencillos pasos porque, como afirma el dicho: “más vale maña que fuerza”.

La cosa es calmada, hay que darse el tiempo. El servicio sanitario debe ser un templo de serenidad y paciencia. Lo que ha de salir, saldrá; para qué ponerse con cara colorada y rubor hasta en las orejas. A menos, claro, que pase más de un día en infructuosa espera.

Se requiere también buen apoyo para ambas piernas. Pocas cosas son menos efectivas para un impulso certero, que permanecer con los pies lejos del suelo. Si falta más talla, no hay más que conseguir un taburete o pequeño banco para compensar nuestro tamaño.

Ah, no hay que olvidar la respiración. Sin pretender meditar, aunque tampoco sobra cuando el lugar y momento son propicios, los médicos aconsejan la respiración profunda y pausada, que es conveniente para empujar suavemente, dejando aparte la violencia y la urgencia que, para el ano, pueden ser fatales.

¿Heces duras que no avanzan? Es el momento para cambiar los hábitos de alimentación. Platillos que contengan una buena cantidad de fibra vegetal: frutas, verduras y cereales integrales no deben faltar. Abundantes cantidades de agua, cada día, son también convenientes. Dos litros diarios —ocho vasos— mejoran la salud en general y ayudan a una fluida expulsión.

Agua y fibra, una intestinal bendición.

Un manual para nosotros
Ni falta que nos hace: en lo que has leído tienes lo suficiente como para ganar un campeonato de buena evacuación.

Tan sólo falta un punto que poco tiene que ver con la manera en que trabaja el intestino, pero es una excelente conclusión para esa visita sanitaria. ¡Lávate las manos antes de cada comida y después de ir al baño!
 

Escatología pura
Vamos de nuevo con el diccionario que nos dice: Lo escatológico —además de mortales acepciones— es aquello que se encuentra relacionado o pertenece a los excrementos y suciedades. Así, pues, este artículo entra en esa categoría.

Algunas personas prefieren desviar la mirada y pretender que nada de esto tiene que ver con ellas. Hay noticias: somos parte de la biología y queriéndolo o no, lo escatológico forma parte de nuestra vida.

¿Quieres conocer algo más sobre el tema? Pues te invitamos a consultar el artículo “Los desechos orgánicos”, en el que se habla del problema de las vacas y su muy abundante producción de estiércol.

Hay también un pequeño relato que cuenta la fábula de “Un lobo, una vaca y un infeliz pollo”, donde un montón de excremento, es parte fundamental de la aventura.

También te invitamos a leer el artículo “Los topos”, inspirado en el libro titulado El topito virolo y todo lo que le pudo haber caído en la cabeza, que también habla sobre un pedazo de caca.



MI MENTE... TEMAS PARA REFLEXIONAR
LA ELECCION DE AMIGOS
La pequeña Andrea estaba confundida. Ya habían pasado varios meses de haber comenzado la escuela y todavía no tenía amigos de verdad. No es que fuera tan tímida y callada como para que los demás dejaran de notar que existía. Tampoco era tan enojona como para provocar que le tuvieran miedo. No era grosera, tampoco gritona, no le comía la goma a los lápices de los demás, no lanzaba bolitas de papel remojado con saliva.

.....Entonces, ¿qué es lo que pasaba con Andreíta?

.....Lo más sencillo del mundo: no podía decidir con quién llevarse. Desde el comienzo del año escolar se habían formado los grupos. El de los aplicados, el de los extraños, el de los futboleros, el de los "me creo mucho", el de los traviesos y así por el estilo.

.....Ah, porque eso sí: aunque a Andrea no le gustaba llevarse mal con nadie, tampoco quería ser la "super-buena-onda-qué-bueno-que-eres-mi-amiga-y-ojalá-nunca-cambies". Quería tener muchos conocidos, pero especialmente le interesaba tener amigos y amigas de verdad.

.....El conflicto de la pequeña Andrea consistía en que había dos grupitos que le caían especialmente bien: el de los futboleros y el de los "me creo mucho". Lo complicado era que entre los dos bandos había rivalidades insalvables. Cuando se juntaba con los "me creo mucho", se daba cuenta cómo criticaban a los futboleros porque no podían pensar en otra cosa que no fuera un partido, los goles y el arbitraje; además de que siempre estaban llenos de tierra y sudor en una combinación especial y lodosamente interesante. Cuando estaba con los otros, escuchaba cómo criticaban a los primeros por aguados y aburridos; por sentirse muy "sácale punta al lápiz" y por dedicarse a hablar como si fueran adultos.

.....Ése era el problema de la pequeña Andrea. Si se juntaba con unos, posiblemente los otros le dejarían de hablar. Si escogía un bando, por fuerza tendría que renunciar a ser amiga del otro. En el fondo ella sabía que ninguno tenía razón, que miraban a los otros sin tomar en cuenta el valor real que cada persona puede tener. Es más: sabía que a algunos de los "me creo mucho", en el fondo se morían de ganas por participar alguna vez en los partidos de futbol; pero que no lo hacían porque sabían que no eran tan buenos para eso. Igual se daba cuenta de que a más de un futbolero se le antojaba platicar con los otros, pero el miedo a hacer el ridículo terminaba por ganar.

Para complicar más las cosas, extrañamente en la pandilla de los futboleros hay más niñas que niños y eso significaría tener más amigas. Como remate, entre los "me creo mucho" está el niño que le gusta. Andrea todavía no decide qué es lo que va a hacer, pero éstas son las cosas que ha pensado:

.....Seguro que tú ya has estado en el mismo caso que Andrea. Igual que ella lo hará, tú tomaste una decisión. Si hoy la tuvieras que tomar de nuevo: ¿Cuál crees que sería la mejor? ¿Cuál piensas que podría ser la peor? ¿Crees que la mejor para ti es también la correcta?

.....¿Quieres poner en aprietos a tus papás? Pregúntales qué harían ellos en este caso.